En una visita por primera vez a un centro odontológico, toco el timbre de entro y un par de metros antes de llegar a la recepción, ella me dice “Gustavo”, simplemente excelencia, en mi mente sonó a música de violín. Una breve charla y aparece la historia de la niña de las rosquitas, “Me rompió el corazón”, ella tan chiquita y vendiendo, me dijo. No pude evitar el recuerdo, tenía siete años y vendía panes de medio kilo, calentitos y con mucho olor a pan; sin saberlo, había comprendido que era necesario venderle a la mente y no a la gente, ese olor a pan era irresistible. Superar el desafío del puerta a puerta (en realidad era vereda a vereda, cara a cara; la gente tomaba mate en la vereda en esos tiempos) me moldeó en el arte de vender, ojalá provoque lo mismo en esta niña, dominar el arte de la venta te saca de la pobreza. Tres momentos fuertes: un servicio de excelencia, un nuevo vendedor de la vida y un recuerdo.